Siempre nos picaba con su barba
(hasta que lo obligamos a que se rasure)
mi hermana Mónica (la de azul) yo y papá jorge
No es amor, sino olvido la palabra que hace que la respiración me falte y que la cabeza me duela. Es que cuando sabes que tienes en tus genes la enfermedad del olvido y que quizá en unos años no podrás recordar cual es tu nombre y tu familia será un grupo de extraños, esta palabra da miedo. Escribo para no olvidar, especialmente para no olvidarme de ti. No sé el día exacto en que nos conocimos, ni cual fue la primera palabra que me dijiste, supongo que no dijiste nada, solo sonreíste, cogiste mi mamo y no la soltaste jamás.
Me llevabas cargada en tu espalda, envuelta en una manta, mientras trabajabas en tu taller y cuidabas del gran parque a espaldas de nuestra casa, aquel que fue mi pequeño reino, lleno de flores y grandes árboles. Hogar de Juancho, mi iguana y de los duendes que quisieron secuestrarme.
Nunca te dije abuelo, te decía papá Jorge porque siempre fuiste muy joven para llamarte abuelo, al menos antes mis ojos. Fuiste el destino a los cuales mis primeros paso me llevaron, siempre corría hacía ti, gritando y riendo, tu me cargabas, nos abrazábamos, mientras ponías en mis mejillas tus besos que picaban, yo me quejaba entre risas y tu ibas rápidamente al baño a rasurarte la barba, cumpliendo con mis caprichos.
Tenía 10 años cuando te enfermaste, debió de ser difícil para alguien como tú, quedar recluido en una cama. Cada vez que mi hermana y yo íbamos a visitarte, tú sonreías y fingías estar bien. Mientras yo fingía que te creía y juntos disfrutábamos de esos momentos, tratando de robarle tiempo a la muerte.
No te gustaban los hospitales y a mi tampoco, porque no podía ir a verte, te sentías sólo y yo también. Cada noche te escribía una carta diciéndote lo mucho que te amaba, que ibas a estar bien y que te estaba esperando. La firmaba con mi nombre, el de mi hermana y el de Skippy, mi hámster al que siempre le caíste bien.
Amarraba la carta a mi Furby y la colocaba de contrabando en el bolso de mamá, quien sorprendida, te la entregaba siempre. No sé donde estén las cartas que te escribí, pero sé que las leíste y que por un momento no te sentiste tan solo, mientras estabas en el cuarto del hospital rodeado de desconocidos.
La única vez que fui a verte al Hospital Dos de Mayo, te vi echado en una cama, en un cuarto muy grande y frió, lleno de gente extraña. Te veías diferente y fue ahí cuando me di cuenta de que no eras inmortal.
Al salir de tu cuarto caminé con mamá por el bello, triste y viejo hospital, al que no he vuelto ni quiero volver, entramos juntas a la capilla y rezamos por ti. Al poco tiempo volviste a casa, con el único deseo de celebrar tu cumpleaños. Todos fuimos a celebrar contigo, sin importar que ese en realidad no fuera tu cumpleaños. Bailaste, reíste, recordaste buenos momentos junto a la familia a quien tanto amaste.
Justo cuando pensé que ya estabas bien y que todo sería como antes, te fuiste un martes 13 de marzo del 2001. Lo supe aun antes que me lo dijeran, estaba en la escuela cuando sentí que te ibas del mundo. Esa noche en tu casa, cuando estábamos esperando tu llegada para comenzar a decirte adiós, mi hermana y yo nos pusimos a bailar frente a tu retrato, a pesar de las lágrimas porque queríamos hacerte sonreír una última vez. Al día siguiente encabezamos la procesión, cargando flores y guiando a la familia y amigos, mientras te veíamos unirte con la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario